Хитроумный идальго Дон Кихот Ламанчский / Don Quijote de la Mancha - [49]

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–Si te hubiera de pagar ―dijo don Quijote― conforme a lo que merece la grandeza de este remedio, todo el dinero del mundo sería poco. Pon tú el precio a cada azote.

–Los azotes ―dijo Sancho― son tres mil trescientos. De ellos, ya me he dado cinco, pero que entren de nuevo en la cuenta. Si los ponemos a real por cada cuatro azotes, me tendríais que dar ochocientos veinticinco reales. Los cogeré de los que tengo de vuestra merced y entraré en mi casa rico y contento, aunque bien azotado.

–¡Oh, Sancho bendito ―respondió don Quijote―, qué obligados a servirte quedaremos Dulcinea y yo todos los días de nuestra vida! Mira, Sancho, cuándo quieres comenzar.

–¿Cuándo? –dijo Sancho―. Esta noche sin falta[208].

Llegó la noche y se metieron entre unos árboles. Sancho cogió las cuerdas del asno y se retiró un poco de su amo, que al verlo marchar le dijo:

–Mira, amigo, no te hagas pedazos; quiero decir que no te des tan fuerte que te quedes sin vida antes de llegar al número deseado.

–Pienso darme de manera que sin matarme me duela ―dijo Sancho.

Se desnudó de medio cuerpo para arriba y comenzó a darse, y don Quijote a contar los azotes. Pero Sancho dejó de dárselos en la espalda y daba en los árboles, sin dejar de quejarse de cuando en cuando. Don Quijote, temeroso de que se le acabara la vida antes de terminar, le dijo:

–Por tu vida, amigo, déjalo ya; te has dado más de mil azotes, basta por ahora y demos tiempo al tiempo.

–No, no, señor ―dijo Sancho―. Apártese otro poco y déjeme darme otros mil azotes.

Volvió Sancho a su tarea con tanta fuerza, que al poco ya había quitado las cortezas a muchos árboles.

–No permita la suerte ―dijo don Quijote― que por mi gusto pierdas la vida; que espere Dulcinea mejor ocasión. Cuando te recuperes, terminaremos esto.

–Si vuestra merced lo quiere así ―respondió Sancho―, sea como dice. Tápeme la espalda, porque estoy sudando y no quiero resfriarme.

Así lo hizo don Quijote, y Sancho se quedó dormido hasta que lo despertó el sol. Continuaron su camino y fueron a parar a un mesón, que como tal lo reconoció don Quijote, y no como castillo, porque desde que fue vencido pensaba con más juicio en todas las cosas. Se alojaron en una sala y cuando se quedaron solos, don Quijote preguntó a Sancho si pensaba darse otros azotes, y si quería que fuera bajo techo o a cielo abierto.

–Prefiero entre los árboles, que parece que me hacen compañía ―dijo Sancho.

–Pues no ha de ser así, Sancho amigo ―dijo don Quijote―, sino que lo dejaremos para cuando lleguemos a nuestra aldea, que será pasado mañana.

Sancho dijo que quería terminar cuanto antes, porque no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy y que era mejor pájaro en mano que ciento volando.

–No más refranes, Sancho ―dijo don Quijote―; habla con sencillez, como muchas veces te he dicho.

–Esta es mi desgracia ―dijo Sancho―, que no sé decir nada sin refrán, pero yo lo remediaré, si puedo.

Dejaron el mesón y caminaron un día y una noche sin que les sucediera nada que contar. Don Quijote estaba contento, porque Sancho ya había cumplido con los azotes, y esperaba encontrarse con Dulcinea, ya desencantada. Con estos pensamientos iban cuando vieron a lo lejos su aldea. Al verla, Sancho se arrodilló y dijo:

–Abre los ojos, deseada patria, y mira que vuelve Sancho Panza, tu hijo, si no muy rico, muy bien azotado. Abre los brazos y recibe también a tu hijo don Quijote, que, si viene vencido por otros brazos, viene vencedor de sí mismo, que es el mayor triunfo que se puede desear.

–Déjate de tonterías ―dijo don Quijote― y vamos con pie derecho a entrar en nuestro lugar, donde nos dedicaremos a la vida pastoril.

Siguieron adelante y a la entrada del pueblo encontraron al cura y al bachiller Carrasco, que corrieron hacia ellos con los brazos abiertos. Don Quijote se apeó y los abrazó con ganas. Los muchachos del pueblo acudieron a verlos y se decían unos a otros:

–Venid, muchachos, y veréis el asno de Sancho Panza y el rocín de don Quijote más flaco hoy que el primer día.

Se fueron a casa de don Quijote y hallaron en la puerta al ama y a la sobrina, que ya habían recibido el anuncio de su llegada. También la mujer de Sancho acudió con su hija a ver a su marido. Al verlo dijo:

–¿Cómo venís así, marido mío, que me parece que más traéis aspecto de desgobernado que de gobernador?

–Calla, Teresa ―respondió Sancho―; vámonos a nuestra casa, que allí oirás maravillas. Traigo dineros, que es lo que importa, ganados con mi esfuerzo y sin hacer daño a nadie.

Abrazó Sanchica a su padre y los tres se fueron a su casa y dejaron a don Quijote en la suya, con su sobrina y su ama en compañía del cura y del bachiller.

Don Quijote se apartó a solas con el bachiller y el cura y les contó cómo había sido vencido y que estaba obligado a no salir de su aldea en un año. Les dijo también que tenía pensado hacerse pastor y entretenerse en la soledad de los campos. Pidió a los dos que fueran sus compañeros, si no tenían otros negocios más importantes. Habló luego de cómo se había de llamar cada uno. Él sería el pastor Quijotiz; el bachiller, el pastor Carrascón, y el cura, el pastor Curiambro. Sancho Panza sería el pastor Pancino. Todos se asombraron al ver la nueva locura de don Quijote; pero para que no se fuera otra vez a sus caballerías aceptaron y aprobaron su locura, ofreciéndose por compañeros en su ejercicio.


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